martes, 27 de julio de 2010

CUANDO UN HIJO SE VA

Por Humberto Mendieta
En los últimos 20 años Colombia ha consolidado un luctuoso liderazgo, el del rompimiento de la cadena del duelo, que se materializa cuando los hijos se van de este mundo primero que los padres. No hay dolor mayor, ni pena más dura. Es una prueba de la vida sólo para valientes mártires escogidos al azar. Es jugada inesperada en el ajedrez del destino contra la que nadie está preparado. La razón por la que Colombia va entre los primeros de ese triste e inmisericorde ranking se debe a la violencia rayana en ciudades y verdes campos, durante bastante tiempo pintados de rojo. Muchos padres han tenido que enterrar a sus hijos y en algunos casos aún más desesperanzadores ni siquiera acceden a darles el último adiós.

Reinan circunstancias como la intolerancia o a la criminalidad, infaltables ingredientes de la violencia nacional que ha martirizado al país. Recuerdo todavía con dolor la historia de un campesino en Córdoba que seguía llamando a su hijo con gritos de vaquería para que cerrara el portón, ordeñara a La Moruna o limpiara el potrero. Se negaba a aceptar u olvidaba adrede que su hijo había muerto hacía meses por las balas asesinas del paramilitarismo.

Hay otras circunstancias diferentes a las originadas en la clásica violencia nacional y ocurren cuando por otras razones, ángeles, en el primor de sus vidas, son arrebatados en un instante del seno de su hogar, haciendo trizas el bien elaborado libreto de su destino, destrozando a dentelladas un futuro armado con tesón de amantísimos padres trabajadores, responsables y queridos por la comunidad, como es el caso de Beatriz Elnesser, Janeth Urquijo, Darío Cabello, Mónica Angulo y Juancho Consuegra, un hombre que, paradójicamente, día a día cura, salva niños o los recibe a la vida con incomparable alegría. Y como es el caso de miles de seres humanos a los que se les han ido de las manos algunas de sus gemas más valiosas.

¿Hay alguna pócima milagrosa, una vacuna contra la pena, un ungüento que alivie la daga en el alma que produce la pérdida de un hijo? No. No la hay. Psicólogos y religiosos; humanistas y científicos; madres, padres y abuelos ponen al servicio del mundo sus sesudos y amorosos conocimientos para menguar el sufrimiento. Lo alivian sí, pero el duelo hay que hacerlo.

También existen organizaciones de apoyo espiritual y psicológico como La Gema Perdida y otras conformadas por quienes la vida los privó de seguir compartiendo en este plano de la existencia los éxitos, las alegrías, las tristezas o la sonrisa de un vástago. Cuando esto ocurre, cuando un hijo se va, un invisible botón de pausa detiene de un tajo la vida y deja a los dolientes, que somos todos, en un inexplicable limbo. Hay que derramar las lágrimas, hacer el duelo con fortaleza y vivir para quienes están vivos.
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Mendieta-Torres, Humberto. (2010) CUANDO UN HIJO SE VA. Artículo de Opinión Publicado el 25 de junio de 2010 en el Diario El Heraldo. Barranquilla. Colombia. humberme@yahoo.com

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