martes, 27 de julio de 2010

LOS ETERNOS CAUDALES DE LA MUERTE

Por Humberto Mendieta

No hay soluciones concretas ante esta amenaza mortal que se torna tan democrática a la hora de matar. Lo ha hecho a través de la historia de la ciudad con niños, jóvenes, prestigiosos médicos, fiscales, ejecutivos y amas de casa de todos los estratos. No importa que sea al Sur o al Norte. Los arroyos de Barranquilla son inclementes, son los eternos caudales de la muerte. Y son eternos porque como van las cosas no tendrán solución jamás. Aquí hay una pretensión de censo del número de muertes por los arroyos, cuya cifra real supera los mil.

Es cierto que es una herencia desde cuando la ciudad comenzó a ser urbanizada de manera formal. Ése fue un momento muy breve, pues vino enseguida la informalidad, uno de los factores que disparó la creación de los desordenados y asesinos caudales al desviar cauces naturales para invadir lotes con fines electoreros, además de construir grandes áreas de cemento, que evitan la absorción. Cada gobierno pasa sin resolver, aunque en la mayoría de los casos ha tenido el ánimo de hacerlo. Es cierto, el problema es tan grande y tan costoso que la solución es cada vez más lejana. Una alternativa para poner freno a las desordenadas escorrentías es crear incentivos o exenciones a quienes conserven antejardines y sobre todo a quienes eliminen placas de cemento en los antejardines, placas que evitan el curso natural del agua al suelo y subsuelo.

Un ejemplo palpable está en barrios como Las Nieves y Los Andes, y por supuesto también al norte de Barranquilla. En todos esos sectores los propietarios diseñan indiscriminadamente su acera con losas que evitan la circulación regular de peatones y de corrientes de agua. Pero un incentivo es muy costoso y una prohibición muy impopular, y a los gobiernos les interesa más la popularidad que el bien común.

Es increíble que la primera recomendación oficial en materia de arroyos se hizo tardíamente en 1957 y fue por medio del Primer Plan Regulador de Barranquilla, que proponía la canalización de algunos arroyos para reordenar el espacio físico y evitar el caos urbano que ahora estamos viviendo. Pero en los 60 los politiqueros tradicionales incentivaron las invasiones, factor que incrementó la impermeabilización y a su vez disminuyó la absorción de la superficie con la construcción de viviendas y vías en concreto. No alcanza el espacio de esta columna para enumerar las decenas de proyectos que han pretendido eliminar o disminuir el peligro de los arroyos. Una de ellas fue la construcción de reservorios de agua para disminuir los volúmenes de escorrentía. Otro, un sistema de alcantarillado pluvial con tubos de 4 a 5 metros de diámetro. O el proyecto de los hermanos Arzuza, que propusieron cubrir con canales de concreto estructural prefabricado las calles y avenidas por donde transitan los arroyos.

También estuvo la captación de aguas. Está a su vez el famoso y renombrado estudio de la Misión Japonesa con la instalación de cunetas y box coulverts. En 2002 una asesoría de la Universidad Nacional dio luces, pero no había plata. En fin, Barranquilla no está preparada para enfrentar los intensos aguaceros tropicales sobre una ciudad de cemento. Pero ninguna cifra, ningún proyecto va a devolver la vida a los miles de hombres y mujeres ahogados en los caudales de la muerte. Ni a Jaime Salazar, el niño que esta semana murió arrastrado por el arroyo de la 21.

Mendieta-Torres, Humberto. (2010) LOS ETERNOS CAUDALES DE LA MUERTE. Artículo de Opinión Publicado el 16 de julio de 2010 en el Diario El Heraldo. Barranquilla. Colombia. humberme@yahoo.com

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